
- La prueba de Jacob y el significado de la cadera (el hueso de la cadera)
Génesis 32:22-32, que relata la historia de Jacob, ofrece una profunda resonancia para los creyentes. En este pasaje se encuentra la lucha intensa que uno debe atravesar para renacer como hombre de Dios, y a través de ella se comprende por fin el sentido de la “prueba (trial) y el test (test)”. El pastor David Jang ha predicado en múltiples ocasiones sobre este texto, enfatizando que el viaje de Jacob no es simplemente un relato antiguo, sino un espejo que muestra “cómo cada uno de nosotros debe presentarse ante el Señor hoy”. El hecho de que Jacob luchara de forma tan descarnada que se dislocara la cadera, y que como resultado se reconciliara con su hermano Esaú, nos enseña un camino de fe nada sencillo. Al mismo tiempo, es una orientación contundente acerca de la actitud con la que debemos enfrentar las diversas tentaciones (temptation), pruebas (test) y aflicciones (trial) de nuestra propia vida.
Jacob había provocado un conflicto extremo en su familia al comprarle el derecho de primogenitura a su hermano Esaú. Con el fuerte respaldo de su madre Rebeca, obtuvo la bendición casi arrebatándosela a su hermano, y huyó a casa de su tío Labán para escapar de la ira de Esaú. Mucho tiempo después, Jacob decide regresar a su tierra natal con su familia y un gran número de ovejas y posesiones, pero sigue sintiendo temor de la posible ira no resuelta de su hermano. Aun habiendo adquirido tantos bienes y descendencia durante su exilio, en el fondo de su corazón seguía arrastrando la sombra del “rencor” y el “resentimiento”. Esa noche, cuando Jacob se queda solo en el vado del río Jaboc, su lucha no se reduce únicamente al cansancio físico del viaje o al miedo de encontrarse con Esaú. Era más bien un combate espiritual provocado por su desesperada necesidad de “devolverle todo a su hermano” de verdad y de limpiar su sentimiento de culpa del pasado.
Refiriéndose a este episodio, el pastor David Jang afirma: “Todo creyente debe experimentar su propio ‘Peniel’”. Cuando deseamos acercarnos sinceramente a Dios o reconciliarnos con un hermano, Dios saca a la luz hasta las impurezas más ocultas de nuestro interior y permite una “lucha” final para purificarlas por completo. Precisamente en esta escena, Jacob lucha con un ángel de Dios (o un ser divino descrito como un hombre) hasta el amanecer. El instante más dramático de esta prueba se encuentra en el versículo 25, cuando “viendo aquel que no podía con él”, golpea la cadera de Jacob.
En la sociedad antigua, el hueso de la cadera simbolizaba la procreación, la descendencia y la continuidad de la vida. También era el lugar donde los guerreros solían portar la espada (刀). Que la articulación del muslo, esa “cadera” (o “el hueso de la cadera”), se dislocara, implicaba algo más que una simple lesión física. Significaba que la fuente de la confianza personal, del orgullo físico y mental, y de la fuerza vital se tambaleaba. La paradoja de que “solo cuando se quiebra la parte más fuerte del ser humano” podemos contemplar el rostro de Dios (Peniel, que significa “el rostro de Dios”) toca el núcleo de nuestra fe. Todos, de alguna forma, sostenemos nuestra propia “cadera”. Pero Dios la hiere para hacernos comprender que “nuestra fuerza no lo es todo”.
En múltiples sermones, el pastor David Jang ha interpretado que “Jacob quedara cojo significa que su vida pasada se transformaba completamente en algo nuevo”. Para que se abriera el camino de la reconciliación—algo que Jacob jamás hubiera podido lograr por sus propios esfuerzos—él debía luchar hasta el final, pero terminar reconociendo que no se trataba de su fuerza. En este punto, el pastor suele recalcar: “Cuando nos hacemos débiles, cuando nos rompemos, comienza la obra de Dios”. En el plano humano, puede ser el momento más doloroso y humillante, pero a la vez es el instante de “huanggoltaltae” (換骨奪胎), una transformación total ante Dios.
La palabra coreana “환골탈태” (huanggoltaltae) significa, literalmente, “cambiar de huesos (換骨) y robar el cuerpo (奪胎)”, y se suele utilizar para referirse a una transformación total hacia algo mejor. En el caso de Jacob, a través del dolor de su cadera dislocada, recibe el nuevo nombre de “Israel”. La historia de Israel se edifica sobre el nuevo espíritu que él encarna: “amar al enemigo, cambiar el odio por reconciliación y convertirse en un canal de bendición”. El pastor David Jang resume esta idea diciendo: “Un nuevo espíritu engendra a un nuevo pueblo”. Antes de entrar en la tierra de Canaán, Jacob debía atravesar este importante umbral.
Al despuntar la aurora, el ángel le dice: “Déjame ir, porque raya el alba” (Gn 32:26). Pero Jacob responde que no lo soltará hasta que lo bendiga. A pesar de su cadera dislocada, con el cuerpo renqueante, Jacob sigue aferrado a él. Es una escena extraordinaria. Entonces el ángel le pregunta su nombre y le declara: “Tu nombre ya no será Jacob, sino Israel” (v. 28). Observamos aquí cómo Dios transforma a Jacob en un nuevo ser en un momento tan dramático. Él, que había estado lleno de odio y deseos de venganza contra Esaú, se dispone a “devolverle toda la bendición”, un acto que se convierte en la antesala del “amar incluso al enemigo” que Jesús enseñaría más tarde. Este principio se transmite inalterado hasta los tiempos de Cristo, sirviendo de guía para multitud de creyentes.
El pastor David Jang advierte especialmente en este punto que “el mero fervor religioso” no basta para experimentar verdaderamente el Peniel. Las costumbres religiosas o el sentido de obligación no nos ubican en el lugar donde nuestra “cadera” se quiebra. A veces, nuestro orgullo o los “méritos religiosos” que acumulamos se convierten en la “cadera” que impide la obra de Dios. Pero cuando de verdad brota en nosotros la súplica sincera: “No puedo hacerlo con mis propias fuerzas. Señor, sosténme. Quiero reconciliarme con mi hermano”, entonces Dios nos da un nuevo nombre, “Israel”, y nos levanta como quienes “han visto el rostro de Dios”.
Para profundizar más en la lectura de este pasaje, puede ayudarnos la música y la pintura. Por ejemplo, para imaginar esta escena, una pieza de cuerda clásica que comience de forma suave y que vaya creciendo de manera gradual es apropiada. El Preludio de la Suite para violonchelo n.º 1 de Bach inicia con serenidad, pero se torna cada vez más majestuoso, reflejando de forma metafórica la lucha interior de Jacob y su deseo desesperado. El sentimiento de culpa que Jacob acarrea, su anhelo de reconciliarse con su hermano y la pasión con la que se aferra a la bendición de Dios se entrelazan con el desarrollo de la música, produciendo un gran impacto en el oyente. En cuanto a lo pictórico, podemos tomar como referencia “Jacob luchando con el ángel” de Rembrandt (una obra célebre). En un fondo tenebroso, se ve a Jacob batallando con el ser divino, al mismo tiempo que su cojera y su plegaria incesante se hacen visibles en sus gestos y manos. A través del fuerte contraste de luces y sombras, este cuadro expone con dramaticidad la debilidad humana y la soberanía absoluta de Dios.
En nuestra vida de fe, existe un “lugar donde luchamos con Dios, pero terminamos quebrándonos para salir como hombres nuevos”. No es, de ningún modo, un proceso sencillo o liviano. Sin embargo, el pastor David Jang recalca una y otra vez que esta experiencia de Jacob es el verdadero “amanecer de Peniel” que deben encarar los creyentes. Cuando en nuestro interior se derriban el odio, el miedo, la obstinación y la soberbia, y en su lugar surge la “determinación de aferrarse a Dios hasta el final, reconociendo la imperfección propia”, entonces Dios toma nuestro paso vacilante—con la cadera herida—y lo convierte en el camino de Israel.
- La reconciliación de Jacob y los beneficios de la prueba
Tras su lucha, Jacob recibe el nuevo nombre de “Israel” y su vida cambia radicalmente. Tenía mucha riqueza y una gran familia, pero la transformación más grande en lo profundo de su corazón fue el “espíritu de la reconciliación”. En lugar de responder con odio al odio de Esaú, se acerca a él y le tiende la mano. Le envía ofrendas de todo lo que ha obtenido como bendición para “calmar el corazón de su hermano” y le dice: “He visto tu rostro como si hubiera visto el rostro de Dios” (Gn 33:10). Esa actitud de Jacob trasciende las lógicas mundanas de venganza o de autoprotección y muestra un nivel de vida espiritual superior.
El pastor David Jang señala que “en la actitud de Jacob de entregar sin reservas lo que él recibió como bendición—pensando que en realidad le correspondía a su hermano—podemos vislumbrar el mismo espíritu del Evangelio de Jesús”. Aunque pudiera parecer que el mandamiento “amad a vuestros enemigos y poned la otra mejilla” del Nuevo Testamento sea la culminación del Evangelio, ya se prefigura en la reconciliación de Jacob. Al volverse Israel, Jacob allana un nuevo camino y asienta las raíces de un nuevo pueblo. Del mismo modo, hoy cuando practicamos la reconciliación en nuestras relaciones, ese lugar se convierte en nuestro “Peniel”.
Esa reconciliación no llega cuando uno se siente sobrado de fuerzas, con un “bueno, puedo darme el lujo de ceder”. Jacob se acerca a su hermano cojeando. Solo después de ver rota la parte más firme de su ser, su fortaleza, se atreve a enfrentar a Esaú “en la gracia de Dios y no en sus propias fuerzas”. Este es el “beneficio” que, según el pastor David Jang, obtiene el creyente a través de las pruebas (test) y aflicciones (trial). Cuando estamos débiles, nos aferramos a Dios, y así experimentamos un poder espiritual aún mayor.
La epístola de Santiago 1:2-3 dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas (trials)”. Según la explicación del pastor David Jang, este pasaje significa que “cuando llegue la prueba, en lugar de sentir miedo o desánimo, debemos preguntarnos: ‘¿Cómo me transformará Dios a través de esto?’ y esperar con esperanza”. Si echamos un vistazo a la trayectoria de nuestra iglesia, vemos que hemos pasado por dificultades económicas, persecución social, malentendidos y críticas. Pero siempre que llegaban estas pruebas, la comunidad no se dispersaba ni se desalentaba, sino que perseveraba en la oración y el anhelo por la Palabra, y así encontraba una vía de salida. Este es el testimonio del pastor David Jang y también la experiencia directa de muchos creyentes.
El momento culminante de la reconciliación entre Jacob y Esaú llega en Génesis 33. Esaú corre a abrazar a Jacob y ambos lloran juntos. El corazón de Esaú, que un día planeó matar a su hermano, se ha derretido por completo. Ningún análisis puramente psicológico o humano basta para explicar esta reconciliación: solo “la voluntad ferviente de Jacob y la obra de Dios” pueden justificarlo. Jacob, a su vez, ofrece gustoso la riqueza acumulada durante veinte años y dice: “Esto es la bendición que Dios me ha dado. Por favor, recíbela para que mi corazón se serene”. Consciente de que el resentimiento de Esaú se originó en la “bendición no recibida”, Jacob sana esa herida en su origen.
El pastor David Jang describe la escena como “un gran drama de reconciliación que pone fin al conflicto esencial de Jacob y Esaú: Jacob, que había recibido la bendición, se sentía inseguro; Esaú, que consideraba haberla perdido, lo resentía”. Sin embargo, este drama de la reconciliación no se resolvió únicamente con “el envío de ofrendas”. Previamente, en Peniel, Jacob sufrió tal transformación que su cadera resultó dislocada, y aun así se acercó a su hermano con amor. Fue posible porque el orgullo y el temor se quebraron en la prueba, y, quedándose sin la última fuerza en la que se apoyaba, se convirtió en un canal del amor de Dios.
Nuestra sociedad contemporánea experimenta conflictos similares. Disputas familiares, peleas en la iglesia, enfrentamientos entre vecinos o incluso guerras entre naciones. La gente suele aferrarse al agravio que ha sufrido, a lo que le arrebataron, o al resentimiento, y no se reconcilia fácilmente. Pero al igual que Jacob, que se acercó a Esaú aun con la cadera rota, nosotros también necesitamos esa “lucha en la que debemos renunciar al último orgullo que consideramos nuestro”. Solo así surge la verdadera reconciliación y recibimos el “nuevo nombre” de parte de Dios.
El pastor David Jang lo expresa de esta manera: “Si nuestra iglesia quiere asumir el ministerio de predicar el Evangelio en Corea y también en otras naciones, debemos tener un corazón amplio capaz de reconciliarse con Esaú tras atravesar la prueba de Jacob”. La iglesia coreana, al crecer económicamente y ganar influencia social, a veces ha caído en la soberbia y juzgado al prójimo con estándares mundanos. Esto genera numerosos conflictos, odios y envidias. Pero al final, la historia de Jacob y Esaú nos enseña el auténtico camino que debe seguir el pueblo de Dios. Ese camino consiste en “dar generosamente, buscar la reconciliación hasta el final, transformar el odio en amor y confesar que nada es nuestro, sino que todo es de Dios”.
Para meditar en profundidad esta escena de reconciliación, otra ayuda artística podría ser alguna melodía sentimental de “El lago de los cisnes” de Chaikovski. Aunque sea famoso como ballet, algunos pasajes lentos y conmovedores de la sección de cuerdas evocan la imagen de dos seres que parecían irreconciliables, pero que se acercan para darse la mano. Jacob y Esaú abrazándose entre lágrimas mientras suena una suave y nostálgica melodía de cuerdas despierta una honda paz y a la vez una ternura en el corazón.
En cuanto a lo pictórico, podemos observar algunas de las ilustraciones de Gustave Doré (s. XIX-XX) sobre la historia de Jacob. Aunque el estilo de Doré sea un grabado en blanco y negro con matices dramáticos, se aprecia la procesión de Jacob y su familia aproximándose a Esaú, y el momento en que Jacob se arrodilla. El cojeo de Jacob y su expresión transmiten su angustia interna y la determinación de “reconciliarme con mi hermano, aunque pierda la vida”. Esa imagen nos cuestiona: “¿Qué debo soltar yo para alcanzar la reconciliación?”.
La prueba (trial) que afrontó Jacob evaluó su fe (test) y, a la vez, fue la herramienta de Dios para que se apartara definitivamente de sus elecciones erróneas del pasado o de sus tentaciones (temptation). Si Jacob no hubiera luchado al punto de dislocarse la cadera, no se habría convertido en “un hombre de reconciliación” ni habría recibido el nombre de Israel. Del mismo modo, cuando nos topamos con distintas pruebas en la vida, en lugar de verlas solo como negativas, debemos preguntarnos: “¿Me estará dando Dios un nuevo nombre a través de esta experiencia? ¿Qué es lo que en verdad anhelo?”.
Con frecuencia, el pastor David Jang plantea esta pregunta: “¿Cuál es tu auténtico deseo? ¿Encontrarte de verdad con Dios y vivir en paz con los hombres recibiendo un nuevo nombre? ¿O sigues tratando de conservar ‘mi bendición, mis derechos y mi orgullo’?”. Esta pregunta resulta muy desafiante para los creyentes porque a menudo, aun en la vida religiosa, el propósito último se limita a “recibir más bendiciones” o “obtener más bienes”. Sin embargo, al igual que vemos en la historia de Jacob, la verdadera bendición abre el “camino de la reconciliación”, transforma el odio en amor y, al final, nos quiebra por completo para que la obra de Dios se cumpla.
Nuestras iglesias y comunidades de hoy están continuamente ante esta encrucijada. En especial, cuando gozamos de abundancia económica y de influencia social, corremos el riesgo de perder la pasión y la humildad de los comienzos y caer en la arrogancia. Pero no debemos olvidar que, aun después de reconciliarse con Esaú, Jacob siguió cojeando. Es una enseñanza que hemos de grabar de por vida: “Recuerdo que en el pasado pasé por esa prueba y fui humillado y quebrantado”. Si descuidamos la memoria de aquel clamor desesperado y de la gratitud por habernos aferrado a Dios, fácilmente volveremos a caer en el orgullo y la autosuficiencia.
El pastor David Jang, al concluir sus mensajes, suele exhortar: “Transmitan las lecciones de la historia”. Que la historia de Jacob se lea con viveza miles de años después se debe a que sus descendientes la han contado de generación en generación. Del mismo modo, los milagros y la gracia que recibimos de Dios durante nuestras pruebas y aflicciones deben registrarse y comunicarse. Así, nuestros hijos y las futuras generaciones leerán ese testimonio y aprenderán a vivir.
Por lo tanto, nuestra tarea de hoy no consiste solo en “luchar con Dios y con los hombres para vencer”, al estilo de Jacob, sino también en ayudar a que las siguientes generaciones vuelvan a descubrir a Dios a través de este relato. Si recibimos la bendición de Dios y nos volvemos prósperos, es momento de jactarnos de nuestra humildad. Y si seguimos en la pobreza, debemos alegrarnos de haber sido exaltados en Cristo (Stg 1:9-10). Si la iglesia tiene multitud de hermanos y abundancia de recursos, ha de plantearse cómo compartirlos con el prójimo y servir al mundo. Si afrontamos carencias, nos conviene sostener la alegría de saber que Dios forjará en nosotros gran resistencia y poder espiritual a través de esta prueba. Igual que Jacob, que al regresar a su tierra fue corriendo a buscar a Esaú para la reconciliación, nosotros también debemos extender la mano primero.
El pasaje de Génesis 32:22-32, en el que Jacob lucha toda la noche, brinda una gran revelación sobre la esencia de la fe. Cuando nuestro “hueso de la cadera”, es decir, nuestra propia fuerza, se quiebra y nos quedamos cojeando, ahí se perfecciona la obra de Dios. El pastor David Jang lo expresa diciendo: “Gracias a que la cadera de Jacob se rompió, llegó finalmente la mañana de Peniel”. Y en efecto, tras pasar por Peniel, Jacob recibe la aurora radiante, transformándose en un hombre de esperanza y reconciliación, en lugar de miedo. Quienes han aprendido este principio espiritual durante pruebas y dificultades no se tambalean fácilmente ante el mundo. Porque están decididos: “Aunque alguien me perjudique, me cubriré con el amor de Dios y buscaré la reconciliación”. Esa postura conmueve al mundo, expande el Evangelio y abre caminos para más personas.
Para resumir toda esta experiencia en una imagen, podemos evocar a Jacob cojeando, pero avanzando con valentía hacia Esaú. Detrás de él amanece poco a poco el sol, iluminando el alma de Jacob, que ha superado una noche larga y una dura batalla. En la banda sonora imaginaria, podríamos colocar una pieza clásica de cuerdas que empiece suave y crezca paulatinamente, o un himno de confesión de fe—como “Cerca de ti, Señor”—sonando tenue de fondo. De este modo, nuestro corazón llorará con Jacob, que avanza cojeando, y sentirá la emoción de ese amanecer.
El drama de Jacob no acaba con la historia de un solo hombre. Él se convierte en padre de doce hijos y fundador del pueblo de Israel. Y nace este pueblo sobre los cimientos de un “nuevo espíritu” de reconciliación. Siglos después, con la venida de Jesucristo, ese espíritu alcanza su máxima expresión en la salvación de la humanidad. Tal como repite el pastor David Jang, “la armonía, el amor y el compartir” constituyen la identidad más esencial de Israel y de la Iglesia. Así como Jacob estuvo a punto de caer con su cadera rota, pero se aferró a la bendición de Dios, nosotros podemos caer, pero debemos aferrarnos finalmente al Evangelio de Jesucristo para edificarnos unos a otros. Cuando estos relatos de vida se transmiten de boca en boca y por escrito, las siguientes generaciones disfrutarán de un testimonio de gracia aún más abundante y crecerán en la fe.
Como Jacob, nosotros también, en ocasiones, lloramos en medio del dolor mientras esperamos la aurora de Peniel. Pero esa mañana es la del rostro de Dios, la del perdón al hermano, la de compartir la bendición recibida, la del comienzo de una nueva historia de resurrección. Ojalá que todos podamos avanzar con paso firme hacia esa mañana radiante y que en ese camino renazcamos como “Israel”, el que luchó con Dios y con los hombres y venció. El pastor David Jang tampoco tuvo una vida fácil de fe, pero los innumerables milagros y gracias que experimentó en ese sendero se alinean con el mensaje de este texto. Por eso, la historia de Jacob sigue consolándonos y desafiándonos hoy. Aun si nuestra cadera se quiebra y cojeara, si no renunciamos y perseveramos, ciertamente contemplaremos el rostro de Dios. Y el relato de quienes han visto ese rostro será la fuerza que renueve la Iglesia a lo largo de las generaciones.